El esqueleto de la sombrilla es de madera. Es grande. La piel que lo cubre está hecha de hojas de palmera secas, dispuestas en forma escalonada. El suelo que me rodea es de arena, casi blanca. El círculo que forma la sombrilla es amplio. La mitad está tapada por una gran planta de hojas verdes que llegan hasta la arena. Desde la otra mitad en la que estoy tumbado sobre la hamaca veo el Índico con sus colores verdes, azules, turquesas que me recuerdan al Caribe venezolano de Los Roques. Al fondo varias islitas pequeñas, redondas, de color verde rodeadas por un anillo de arena blanca… Un viaje inolvidable, estamos en Baros Maldives.
… Y entonces la mente se escurre recordando los días anteriores en un entorno no ya distinto sino radicalmente diferente. Delhi, Agra, Jaipur, Udaipur, Mumbai. Recuerdos imborrables salvo que mi cerebro se adentre en la oscuridad del Alzheimer.
India, torbellino de gentes, coches, motos, tuc-tuc . Caos amable. Ni un enfado o malas caras a pesar de esos atascos en los que pasa primero el que más valor tiene. Caos aparente. Vacas, perros, saris, niños en brazos de sus madres, mujeres con fardos de paja en la cabeza, con más altura que su propio cuerpo. Colores y más colores, destacando el azafrán y el amarillo que vas viendo por las calles y carretas indias. Carreteras y autovías de doble carril donde abundan lo que nosotros llamaríamos conductores suicidas pero que aquí es habitual encontrarlos viniendo a contramano… y nadie protesta. Eso sí, te avisan con la bocina, instrumento único de una orquesta que toca una música interminable en cualquier ciudad.
El viaje de Mumbai a Malé tiene historia. A las 11 de la noche salimos del hotel hacia el aeropuerto. La llegada al aeropuerto (23.45 h) fue caótica. Hay dos terminales: la internacional y la de los vuelos domésticos. Cientos de personas, algunas con maletas, otras despidiéndose y otras que parecía que estaban mirando pero sin ir a ninguna parte. Sólo entran en la terminal los que tienen tarjeta de embarque en un primer control. Hacemos el check-in bastante ágil y a pasar el control de inmigración. Lentísimo. Cola interminable. Era la 1 am y estábamos todavía pasando el control de pasaportes. Cuando ya creíamos que habíamos pasado lo peor, otra gran cola para el control de seguridad. Como siempre los hombres a un lado y las “ladys” en otro. A las 2.15 am, dos horas y media después de llegar al aeropuerto, estábamos frente a la puerta de embarque. Sale el vuelo puntual hacia Malé, con escala en Colombo. El trayecto hasta Colombo es de 2.30 h. Inmaculada dormida todo el vuelo y yo casi nada. Me toca el asiento entre dos y me siento muy incómodo. Después de 90 minutos de escala y previo paso por otro control de inmigración y de seguridad (¿?) rumbo a Malé. Otras 2.30 h de vuelo y por fin llegamos. Eran las 8 de la mañana y yo sin dormir. Pero estaba contento porque suponía que Maldivas era un final perfecto para el viaje…
Un viaje inolvidable… ya en Maldivas
… y no me equivoqué. Un empleado del Hotel Baros, nos esperaba a la salida para acompañarnos al barco en el que nos trasladaríamos al atolón donde estaba nuestro hotel. Cuando vi el yate para el traslado me di cuenta del nivel. Estaba atracado en un pantalán situado a 10 metros de la puerta de salida de la terminal. Esta terminal es curiosa. En lugar de taxis hay barcos porque la pista del aeropuerto está sobre una isla casi artificial a nivel del agua.
… y en 20 minutos llegamos. Durante el traslado te vas dando cuenta que llegas a otro mundo y se te olvida la noche tan mala de aeropuertos. Estamos llegando a un pequeño paraíso. Es otro mundo…
… Y aquí estoy yo, ya fuera de la sombrilla porque son las 16 h. y el sol está cayendo. Inmaculada bañándose… Heineken+ arena blanca+ pececitos de colores = Paraíso Maldivas.
Justo antes hemos buceado por el arrecife de coral que nos rodea. A sólo 100 metros de la playita blanca hemos visto tantos corales y peces con formas y colores tan diferentes que no podremos olvidarlo nunca…….Y aún nos quedan 24 horas antes de volver a casa.
Reconozco que me he olvidado de todo, salvo de mis niñas. Sin ellas no hubiera sido posible cumplir este sueño. Este viaje inolvidable lo recordaremos por muchos motivos, pero sin duda cuando pasen los años diremos que en Delhi supimos que íbamos a ser abuelos… Y eso sí que es imborrable.
Escrito en el atolón del hotel Baros, a 3 de diciembre de 2012.
**Para leer la carta completa de Ignacio e Inmaculada, tras su combinado India Maldivas, pulsa aquí**
Gracias a Sociedad Geográfica de la Indias por prepararnos un viaje inolvidable, con tanto cuidado y tan equilibrado.
Ignacio e Inmaculada